lunes, 22 de noviembre de 2010

ROMANTICISMO. ESPAÑA. SIGLO XIX. ESPRONCEDA

También en el siglo XIX, otro espíritu inconforme, JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842), había glosado los fallos sociales de la desamortización. Culpa al Estado porque la riqueza produce pobreza; al dividir las vastas posesiones en pequeñas partes, los ricos compraron tanto como quisieron y se produjo de nuevo la acumulación.

Si Larra es un crítico guerrero en la lucha cotidiana, Espronceda, además, busca el sueño romántico que apoyado en la imaginación impulsa al poeta a “la loca fantasía”. El poeta llega al vértigo y a la confusión, queriéndose alejar de la realidad objetiva. Si la realidad española equivale a desengaño liberal, a carlismo y a ilusiones perdidas, ¿por qué unir todo esto y escapar por el sueño? Valgan estos versos de El estudiante de Salamanca, donde asesina al tiempo con las balas de la fantasía y la pesadilla:

Corre allí el tiempo, en medio sepultado.
Las muertas horas a las muertas horas
siguen en el reloj de aquella vida,
sombras de horror girando aterradoras,
que allá aparecen en medroso ruedo.

Espronceda exalta el yo, lo marginado que el tiempo y el espacio desechan: el reo, el pirata, el amor avasallador en duelo con la muerte. Su lugar de huída es el Estambul de la exótica Canción del pirata, donde el paisaje romántico de noche, luna, vientos, tempestad, es también una expresión de la libertad.

Espronceda estuvo mucho tiempo exiliado, participó en algunas batallas en primera línea, padeció persecuciones y cárcel, siempre a favor de la libertad y el progreso, opuesto al autoritarismo y al carlismo.

Sus dos poemas más ambiciosos son El estudiante de Salamanca (1836-1837) y El diablo mundo (1840).

El estudiante de Salamanca consiste en más de 1700 versos donde divaga sobre la injusticia social y los males del siglo. El poema mezcla la fantasía con la historia, lo anecdótico es la trama. El protagonista es un segundo Don Juan, cínico, materialista y vulgar. Don Félix de Montemar engaña a Elvira, ésta enloquece de amor y, Ofelia atormentada, se suicida. Los sueños y las pesadillas son la música de fondo en contrapunto con el mundo frío, cínico y egoísta de este Don Juan, un nuevo burgués que se juega sus días, su amor y la muerte. El dinero es quizás su única pasión:

Necesito ahora dinero
y estoy hastiado de amores.

Con soberbia, se dirige a sus compañeros de juego para ofrecer una cadena de oro que apuesta al as de oros, para perderla. “Perdida tengo ya el alma / y no me importa un ardite”. El empedernido jugador busca cualquier otra prenda y pone sobre el tapete un retrato con marco de pedrería. Hasta los más encanallados sienten la hermosura de Elvira; él, impertérrito en su cinismo, responde:
A estar aquí la jugara
y ella, al retrato y a mí.

El diablo mundo es un poema de seis cantos. Aquí, vuelven a aparecer las antítesis de Espronceda: individuo/sociedad; amor/muerte; libertad/lejanía, que enlaza hábilmente con visiones, sensaciones y sentimientos siniestros. Hordas horripilantes, genios sombríos rodean al poeta en danzas macabras que le aterran y le hacen reflexionar.
Ataca al “necio audaz”, a condes, a los antiliberales, los antiprogresistas, los ministros, los jefes políticos, la política, la ley marcial, y el bozal de la palabra escrita.

Es preciso señalar los elementos que en Espronceda anuncian a Bécquer: violencia y vértigo 
se enlazan al mundo del sueño impreciso, de la niebla. Lo vemos en El diablo mundo:

y como el polvo en nubes que levanta
en remolinos rápidos el viento,
formas sin forma, en confusión que espanta,
alza el sueño en su vértigo violento.
O en El estudiante de Salamanca:
¡Ay el que vio acaso perdida en un día
la dicha que eterna creyó el corazón,
y en una noche de nieblas, y en honda agonía
en un mar sin playas muriendo quedó!

Resumiendo, Espronceda ataca la hipocresía y se conduele de los siervos y los marginados. Rompe lanzas por la igualdad, la libertad y la fraternidad; pero también huye a la fantasmagoría y al sueño como rompeolas contra el mundo; vida y obras contradictorias en un difícil y contradictorio momento de transición.

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