martes, 21 de diciembre de 2010

COMENTARIO DE TEXTO "DOLLY"


'Dolly'

MARUJA TORRES

Cosa de mucha maravilla y mucho susto la clonificación de mamíferos que ha traído a este mundo pecador a Dolly, la oveja que no nació de padre. ¿Y cómo es ella?, me pregunto. ¿A qué dedica el tiempo libre? Quiero decir: ¿qué siente la pobre bestia, arrancada del bendito limbo de la no existencia para ser sometida a un destino de degollina, desuelle y chuleta a la brasa? El día de mañana, ¿maldecirán los seres clónicos su sino, tendrán nuestras copias quien les escriba su "to be or not to be", habrá un doctor Freud capaz de orientarlas en su Edipo? ¿O acabarán por rebelarse, como los replicantes de Blade runner, yendo a pedirle cuentas al científico que les dio aliento?
Ante descubrimientos como el de Edimburgo, lo único que puedo hacer es expresar mi perplejidad: me sobrepasan. Ahora bien, como siempre me pongo en lo peor, les diré que no veo un futuro en el que el ganado clónico sirva para paliar el hambre en el mundo, sino para enriquecer a sus propietarios: además, el abaratamiento resultante de la clonación posibilitará que se despeñen más cabras desde más campanarios en el transcurso de nuestras entrañables fiestas regionales. Hasta la fiesta nacional entrará en decadencia al verse obligados los diestros genuinos a lidiar astados de laboratorio. Puede que incluso los sanfermines, no lo quiera el cielo, recurran a fotocopias genéticas de toros bravos para celebrar sus encierros, ¿Toros sin madre?, me interrogo. ¿Cómo serán? ¿Tal vez menos nobles que los otros, por su comprensible añoranza de la tradicional canción de cuna?
En cualquier caso, lo que de verdad me pone los pelos de punta es el nombre que los científicos le han dado al primer engendro: Dolly, que quiere decir muñequita. O sea, que parece que les gusta mucho jugar.

El País, 26 de febrero de 1997

TEMA Y RESUMEN DEL ARTÍCULO


La bicha
ROSA MONTERO

No es casual que los temas de Haider y de El Ejido hayan coincidido últimamente en los periódicos, porque la marcha de la sociedad va por ahí: por la multiplicación de los movimientos migratorios y por el mestizaje. El mundo es hoy más heterogéneo y multicultural que nunca, y uno de los mayores retos de la modernidad consiste en digerir esa realidad sin degollarnos.

Los progres solemos decir alegremente que la mezcla de razas es estupenda. Y desde luego lo es, lo creo firmemente: nos hace más cultos y nos enriquece. Pero para eso hay que vencer un recelo ancestral, un miedo primitivo al otro, al diferente. Un prejuicio racista milenario que se cuela, insidioso, por todas partes: por ejemplo, el más reciente programa Word de Microsoft ofrece la palabra “degeneración” como sinónimo de “mestizaje”. No sabemos qué hacer con esa bicha que nos habita; nos tenemos miedo a nosotros mismos y con razón, porque espeluzna ver esos reportajes de El Ejido en los que unos energúmenos que tal vez sean buenos padres de familia persiguen a un marroquí y berrean “¡Por ahí abajo va, por ahí abajo!”, convertidos en perfectos linchadores. Llevamos a un asesino dentro, a una alimaña, y no nos atrevemos a enfrentarnos a ella, que es el único modo de derrotarla.

El espléndido reportaje de Joaquina Prades sobre El Ejido lo dejaba muy claro: los ejidenses son 50.000, los inmigrantes 15.000. Un porcentaje altísimo y de llegada muy reciente. Esos extranjeros han sido la clave de la prosperidad del pueblo. De la noche a la mañana, los ejidenses se han hecho ricos, pero no más cultos: según un informe oficial, hay un 54% de analfabetismo funcional. Y muchísimo miedo a esos seres distintos a los que mantienen marginados. Ha aumentado la delincuencia, desde luego (aunque, según la policía, mucho menos de lo que creen los vecinos): lo trae la riqueza, y el desarraigo y aislamiento de los inmigrantes, que, a su vez, también temen y desprecian lo distinto. Entiendo muy bien la inquietud de los ejidenses: les ha cambiado tanto la vida, y tan deprisa. La solución no es fácil: aumentar el nivel cultural, dar condiciones dignas a los inmigrantes... Y reconocer que llevamos una bicha en el corazón, y no sólo los ejidenses, sino todos.

El País, 15 de febrero de 2000.