domingo, 3 de octubre de 2010

La luz es más antigua que el amor




Había leído el nombre de Ricardo Menéndez Salmón en algunas críticas fugaces que hablaban de sus libros anteriores con un entusiasmo pionero pero amortiguado, al fin y al cabo.
Mis motivos para alzarme con el libro tras salir de una librería pequeña y no muy bien surtida fueron tan prosaicos como humanos:

1. No tenían "Los amantes", el último libro de la saga del detective Charlie Parker, de John Connolly
2. La nueva novela de Vargas Llosa no sale hasta noviembre
3. Era el libro de la semana recomendado por el suplemento cultural Babelia, de El País.
4. El título es perfecto, maravilloso, absolutamente sugerente.
5. Eran casi las 2 de la tarde, y tenía mucha hambre, tengo debilidad por el pescado a la plancha y por los apellidos gastronómicos.
Y entonces, esa misma mañana, lo abrí:
el primer capítulo es fenomenal, exacto y creativo, pero la sorpresa fue que cada capítulo era mejor que el anterior, que la novela poseía una cohesión que te catapultaba hacia la dirección precisa donde quería conducirte...
Hacia la comprensión del sentido último de la literatura, del arte, de la Cultura o de las acciones del hombre que tratan de consolar al ser humano ante las fuerzas de la naturaleza incomprensible, inconmensurable e inmisericorde.
Estamos de acuerdo que la intertextualidad no es una virtud en sí misma: en ocasiones, puede demostrar que se ha leído, e incluso, entendido muchas obras. En el grado positivo siguiente, enriquece un texto con los significados (inevitables) de otros textos.
Pero este es el paso siguiente, el mejor: la intertextualidad de la propia narración en la narración, cómo las acciones que narra, las ideas que se expresan se van enriqueciendo capítulo a capítulo cuando se aproximan en una interconexión extraordinaria, ¿cuál?, la única que logra enriquecer a la vez lo que se está leyendo por lo que se leyó con anterioridad y la viceversa simultánea más difícil: enriquecer lo que se leyó con lo que se está leyendo.
¡Qué pena que para explicar algo tan sutil y hermoso tenga que utilizar una sintaxis tan horrible! Ojalá fuera yo Ricardo Menéndez Salmón...
Lo que ocurre es que la intertextualidad de la novela tiene más sentido de lo eruditamente habitual de estos casos: la propia estructura de la novela dialoga sutil y sencillamente con su contenido, la forma dimensional de los significantes va de la mano del significado latente en continuum.
Sólo dos ejemplos bastan:
1.      La propia asimilación de la brevedad, de la búsqueda de la esencialidad o sustancialidad de cualquier obra de arte se plasma en la importancia de cada oración del autor, en su exigencia semántica y en la convicción de que no puede “cortar” nada más: la densidad perfecta.
2.      A pesar de estas limitaciones de extensión, Menéndez Salmón es capaz de articular varias posibilidades de un mismo hecho, al tiempo que da pistas metaliterarias sobre la esclavitud que impone cada decisión narrativa en cada momento.
La demostración de todas las posibilidades del arte y de la literatura es brillante: ¿Cuál es la imagen que ve Mark Rothko antes de morir?
Un escritor podría imaginar una, o imaginar varias y escribir una, o imaginar tres y narrar las tres lo que puede llevarnos a una simple superposición de planos de una imagen en la mente humana, algo bastante sencillo de entender, sobre todo, en un momento decisivo de nuestra vida: la muerte.
Menéndez Salmón no se conforma con esa esclavitud, por tanto, y muestra tres posibilidades (podrían haber sido treinta, pero el equilibrio narrativo es más importante que defender una tesis literaria en una novela).
 No digo más, sólo que estoy contento por darle la bienvenida a mi vida a Ricardo Menéndez Salmón, a la búsqueda de la luz, al amor, al silencio, al dolor, y, por supuesto, a la Virgen Barbuda.

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