6.1. KAFKA Y SU ÉPOCA
Franz
Kafka nace el 3 de julio de 1883 en Praga, en
una familia judía. Su padre regentaba
desde 1882 un negocio de mercería que transformaría más tarde en unos grandes
almacenes que le dieron reputación de ciudadano respetable. Aunque su idioma materno fue el alemán, Kafka
aprendió también el idioma checo, ya que su padre quería que su hijo hablara
con fluidez ambos idiomas. Estudió
Derecho en la Universidad de Praga. Después de sus estudios, en 1907
ingresó como pasante en una agencia italiana de seguros; fue entonces cuando
comenzó a escribir. Al año siguiente obtuvo un contrato fijo en otra agencia de
dicho ramo. En 1917 se le diagnosticó
tuberculosis, lo que le obligó a mantener frecuentes períodos de
convalecencia.
Fundamental en la vida de Kafka es su relación con su autoritario padre.
En la intimidad, éste no dejó nunca de menospreciar a su hijo. De ese conflicto
declaró el propio Kafka que procedía toda su obra, incluyendo en particular su
célebre Carta al padre, nunca
publicada en vida. También fue determinante en su vida su relación tormentosa con
varias mujeres. En 1923 se trasladó a Berlín, con la esperanza de
distanciarse de su familia y centrarse en su obra; se reunió con Dora Diamant,
una joven de 25 años descendiente de una familia judía ortodoxa, que había huido
de su pueblo natal, a la que había conocido en el verano del mismo año. El estado de salud de Kafka empeoró
sensiblemente en años posteriores con el avance de la enfermedad. Tras
estancias en sanatorios y un tiempo en Berlín, regresó a Praga y posteriormente
fue internado en un sanatorio cerca de Viena para recibir tratamiento. Murió en el sanatorio el 3 de junio de 1924.
Su cuerpo fue llevado a Praga, donde fue enterrado, el 11 de junio de 1924.
La vida y obra de Franz Kafka se sitúan en uno
de los periodos más complejos y
conflictivos de la historia: la
primera mitad del siglo XX. A lo largo de este periodo los acontecimientos
se suceden a gran velocidad, produciéndose una gran transformación en todos los órdenes: político, social,
económico, ideológico y artístico. Podemos distinguir dos etapas diferentes:
Hasta la primera guerra mundial se produce
la llamada crisis de fin de siglo:
una crisis general provocada por el estallido de las tensiones acumuladas a lo
largo del siglo XIX. La crisis de fin de siglo supondrá el final de la sociedad burguesa y de todos sus valores. La crisis de fin de siglo desembocará en la guerra de 1914, que causará una gran
transformación del mundo. Con ella
empieza verdaderamente la historia contemporánea.
Tras el fin de la guerra en 1918 comienza el
periodo de entreguerras. Se inicia
con una etapa de gran recuperación
económica –los “felices veinte”-,
que oculta el recrudecimiento de las tensiones ideológicas provocado por el
desarrollo de ideologías totalitarias y
la pérdida de credibilidad del sistema democrático. El crecimiento económico se
fue convirtiendo en desmesurado, artificial e incontrolable, hasta deshacerse
en el crack de 1929, la mayor crisis
en la historia del sistema capitalista: de ella nace un periodo de grandes
penurias, conocido como los “sombríos
treinta”. Sin el soporte de una economía próspera, se endurecen los enfrentamientos ideológicos: el nazismo toma el poder en Alemania (1933), mientras
el Frente Popular lo hace en Francia (1936). Se llega así a la Segunda Guerra Mundial, en 1939.
Ambas etapas se caracterizan, pues, por un
contexto de crisis. Los acontecimientos no son amables con el hombre, que acaba
adquiriendo una visión pesimista y
desencantada de la realidad, y también del sentido de su propia existencia, o
más bien la falta de sentido. Se impone el pensamiento irracionalista
y vitalista, iniciado ya en el XIX
por Kierkegaard, Schopenhauer y Nietzsche. La realidad se entiende como algo dinámico que no puede
ser apresado por la razón. El culmen de estas concepciones ideológicas es el existencialismo: para los filósofos
existencialistas como Martin Heidegger,
la esencia del hombre se reduce a su existencia. Estamos arrojados al mundo sin
ninguna razón y abocados a la muerte.
A lo largo de toda esta etapa, la novela va a experimentar profundos
cambios. La novela ya no puede ser una simple sucesión de hechos objetivos
narrados linealmente. Ahora los novelistas se preocupan más por otros aspectos,
como el lenguaje o la estructura: se trata de una novela mucho más formalista que la anterior. Además se abandona la narración omnisciente a
favor de otros modelos de punto de vista: narrador objetivo, contrapunto,
multiplicidad de puntos de vista… Y se introducen nuevas técnicas encaminadas a la expresión de la interioridad, como
la corriente de conciencia o monólogo interior.
De manera similar a la etapa realista, la
novela sigue siendo el género más destacado durante esta primera mitad del
siglo XX. Autores fundamentales
surgen en Europa y América. En Estados
Unidos la renovación de las técnicas narrativas corre a cargo de Henry James, al que seguirá, ya en el
periodo de entreguerras, la llamada “generación
perdida”: Hemingway, Scott Fitzgerald, John Dos Passos y William
Faulkner. En Inglaterra destaca Virginia Woolf. En Alemania, Thomas Mann,
Robert Musil, Hermann Hesse y Franz
Kafka que, aunque checo, escribe en lengua alemana. Los dos principales
novelistas son el francés Marcel Proust,
autor de la monumental En busca del tiempo perdido, el irlandés James Joyce, autor del Ulises, considerada la novela más
importante del siglo XX.
6.2.
LA METAMORFOSIS Y LA OBRA LITERARIA
DE KAFKA
Kafka sólo publicó algunas historias
cortas durante toda su vida, una pequeña parte de su trabajo, por lo que su
obra pasó prácticamente inadvertida hasta después de su muerte. Con
anterioridad a su fallecimiento, dio instrucciones a su amigo y albacea Max
Brod de que destruyera todos sus manuscritos; Brod hizo caso omiso de esas instrucciones,
y supervisó la publicación de la mayor parte de los escritos que obraban en su
poder. La compañera final de Kafka, Dora Diamant, cumplió sus deseos pero tan
sólo en parte. Dora guardó en secreto la mayoría de sus últimos escritos,
incluyendo 20 cuadernos y 35 cartas, hasta que fueron confiscados por la
Gestapo, en 1933. Actualmente prosigue la búsqueda de los papeles desaparecidos
de Kafka a escala internacional.
Estas circunstancias, junto a la
obsesiva autoexigencia del autor, explican el escaso número de obras de Kafka publicadas en vida: La
condena (1912), En la colonia penitenciaria (1914), La
metamorfosis (1915) y las colecciones de relatos Contemplación (1913), y Un
médico rural (1917), además de numerosas cartas. Tras su muerte se
publican sus novelas extensas: El proceso (1925), El
castillo (1926) y América (1927), estas dos últimas
inconclusas. Todas sus páginas publicadas, excepto varias cartas en checo
dirigidas a Milena, se encuentran escritas en alemán.
La
metamorfosis narra la historia de
Gregorio Samsa, un comerciante de telas que vive con su familia a la que
mantiene con su sueldo, quien un día amanece convertido en una criatura no
identificada claramente en ningún momento, pero que tiende a ser reconocida
como una especie de cucaracha gigante. La obra ha tenido numerosas interpretaciones:
entre las más obvias están las referidas al trato de una sociedad autoritaria y
burocrática hacia el individuo diferente, donde este queda aislado e incomprendido
ante una maquinaria institucional abrumadora y monótona que ni él comprende ni ésta
lo comprende a él. Otros temas son la soledad de las relaciones rotas y las
esperanzas desesperadas y poco realistas que crea tal aislamiento. Algunos
autores han querido ver también en esta historia una alegoría de las diversas
actitudes que toma el ser humano ante la enfermedad grave e irreversible y cómo
a pesar de todo la vida continúa.
Los escritos de Kafka pronto
comenzaron a despertar el interés del
público y a obtener alabanzas por
parte de la crítica, lo que posibilitó su pronta divulgación, hasta el
punto de que marcaría el proceso
posterior de la literatura del siglo XX. En su obra, a menudo el protagonista se
enfrenta a un mundo complejo, que se basa en reglas desconocidas, las cuales
nunca llega a comprender. El adjetivo kafkiano se utiliza precisamente a
menudo para describir situaciones similares. Sus temas son recurrentes: el
conflicto generacional entre padres e hijos, la imposibilidad de realizarse
como individuos en una sociedad gobernada por el azar y la relación del hombre
con un poder absurdo, anticipo del horror de los totalitarismos que surgiría
poco después en Europa.
La mayoría de los escritores y críticos del siglo XX han hecho
referencias a su figura. Ha
habido multitud de estudiosos que han intentado (e intentan) encontrarle sentido
a la obra de Kafka, interpretándola en función de todos los puntos de vista
posibles: filosófico, literario, psicoanalítico, religioso o sociológico. En
cualquier caso, se trata de una de las
figuras capitales de la literatura y la cultura contemporáneas.